jueves, 26 de marzo de 2015

La historia en salsa
Por Pedro Suárez


El aplauso, y es poco, le sigue perteneciendo a Shakespeare. Ningún retrato como el que el autor inglés levantó en torno a la figura de Ricardo III. Qué decir de la dramática frase que le asigna a un cobarde en el acto de ofrecer su reino por un caballo.

Sabrán, y si no lo saben es así, lo difícil que es leer obras de teatro. La dificultad deriva, fundamentalmente, del hecho de que el teatro no es para ser leído. El dramaturgo crea su obra para ser representada por personajes de carne y hueso que fingen ser lo que no son. Ese es el milagro del teatro, hacernos creer. William Shakespeare fue más allá, tuvo la puntería de construir tipos humanos que nos hacen recordar la frase de Jorge Luis Borges: el hombre son todos los hombres. Alberto Pérez, que secretamente persigue a su mujer por todos los centros comerciales de la ciudad no es menos celoso que Otelo. Federico Aboud que se levanta para ir al baño cada vez que piden la cuenta en el restaurante no es menos avaro que el viejo Shylock de El Mercader de Venecia. Idi Amin que se ganó a pulso el calificativo del Caligula de Africa no fue menos cruel que Ricardo III. Bueno, ya va, así nos los hizo creer Shakespeare. La encorvada figura de Ricardo III sirvió de metáfora para apuntalar la torcida mente y escasees de alma del último monarca de los York.


Las once heridas que causaron la muerte de Ricardo III, la mayoría en el cráneo, sirvieron para revivirlo 500 años después de su muerte. Sus restos, encontrados en un estacionamiento de la abadía de Greyfriars, en Inglaterra, coloca en cuestión la oscura sombra que se tejió en torno a su figura. El reinado de Ricardo III da paso a la instauración de la dinastía de los Tudor. Uno no sabe si Enrique VII, el primer rey de esa  casa, mantuvo entre su corte un ministro de información de la escuela de Joseph Goebbels, el eminente, por cruel, este sí o este también, funcionario de Hitler. Ricardo III abandonó el charco de la ignominia, y hoy recibe funerales de Estado, y coloca sobre la mesa el tema de la manipulación de la historia. Esa es una tentación que ha estado y estará presente desde que Adán se comió la manzana. No sabemos si la historia se reescribe hoy con Ricardo III o si se reescribió en 1593. Sea como sea y del brete nos quedó el dibujo de un político que fue capaz de todo por conservar el poder, hasta cambiarlo por un caballo. A William Shekespeare solo le debemos el favor. Agradecido.
@pedrojsuarez

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