lunes, 11 de mayo de 2015

El arte de complacer
Por Pedro Suárez

Las disculpas son como las vacunas, sirven cuando se dan a tiempo. Teresa no le gusta que escriba largo, me dice que solo tiene tiempo para leerme corto. Le cuento que esa era la excusa, pero al revés, que utilizaba Carlos Marx para escribirle a Engels, o (la frase se la atribuyen a los dos Mark, y siempre la he leído -mala costumbre para citar- en boca de terceros) Mark Twain para hacerlo a su novia: Te escribo largo porque no tengo tiempo para escribirte corto. Para consolar a Teresa le propongo que implemente un juego al momento de leerme. Al azar, que se detenga en un párrafo, que de ese párrafo lea una frase y que cruce los dedos para ver si la suerte la premia con una imagen o un giro que la sorprenda y salve el esfuerzo que realiza al leerme.

Le hablo a Teresa de Juan José Millás y su pertinaz construcción de un mundo donde la palabra es el hilo que sirve para cruzar caminos que recrean sus obsesiones literarias. La palabra en su estado domestico, íntimo, y hasta de paria como ocurre con la desgracia de la palabra Pobrema con la que desarrolla el primer capítulo de la novela La mujer loca. Pobrema padece la neurosis de no reconocerse en el mundo de las palabras, se siente rechazada porque nadie la utiliza en las conversaciones diarias y ni siquiera aparece en el diccionario. Julia, la protagonista de la novela le propone una solución. Pero ese es otro asunto y lo mejor que pueden hacer es leer el libro. Me preocupa Teresa, para mí es importante que me lea. Ella insiste en que solo debo escribir aforismos. Fíjate, me dice, hasta epitafios podrías escribir.

La verdad es que si es por ser breve, mis artículos no pasan de tres mil caracteres. Me siento cómodo cuando escribo poesía, que es la manera de encerrar el universo en el espejo de unos versos. Pero también me gusta cumplir la obligación semanal de entregar a los lectores unas líneas que cuenten algo. Mato dos pájaros con ese tiro: le llego a Teresa y a Pablo, pero además me someto al trance de resolver el incordio que significa escribir. No sin cierto placer inicio el ritual de preguntarme qué va después del punto. La pared inexpugnable o el caudaloso río en la que se cierra la primera frase del texto es ya, de por sí, un triunfo. Pero Teresa insiste, me va mejor el aforismo. Yo le respondo: sea.

@pedrojsuarez

1 comentario:

  1. No voy a escribir nada, Pedro, respecto a lo que escribes en tus remiendos, que te lean y punto. Tal vez cuando tu y yo, cada uno por su lado, escriba a sus respectivas costureras, comente algo sobre la tuya y la mía, esas costureras pendientes en nuestra literatura.

    ResponderEliminar

 La maldita guerra El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Jaime Sabines Mientras las bombas caen, si se ag...