jueves, 5 de febrero de 2015


De alevines sueltos
Por Pedro Suárez 


Lo breve remite en mí la idea de refugio. En ese espacio, mínimo, solo lo necesario. Pienso en la posición fetal, y doy como cierto que nada resume mejor el acto de estar con uno mismo que ese momento en el que los brazos lo arropan todo. Admitir como verdad que el Aleph de Jorge Luis Borges tiene su centro en aquello que podemos reducir al puño de una esquina, es una ventaja de tipo táctico. La brevedad como una forma de ver la vida, ni trágica ni eufórica, una opción, nada más. 

En literatura lo breve atrapa mi atención, tanto como el queso al ratón. Lo breve, apunto, por comodidad y por necesidad de ahorrar en lo imprescindible. El primero que abrió esa rendija que conduce a lo fantástico fue Augusto Monterroso, con su dinosaurio. Comprobar que la sorpresa es una de las máscaras de la brevedad, también, ayudó a quedarme en esa estación. 

Ya que hablo de estación, diré que todas las semanas lo espero en el mismo andén. Escribe para una revista de las que llaman de adultos; publica novelas, hace radio, y construye retratos a partir de otros retratos en diarios de su país. Hablo de Juan José Millás, que es minucioso y austero. Miren cuánto: "Consulto en el periódico la  temperatura de hoy en París, por si me decidiera, esta tarde, a dar un paseo imaginario. Cinco grados bajo cero y lluvia. No voy." 


Diré que en ese cuento, mínimo, no sobran palabras. No puedo decir lo mismo de estos renglones. Me postro en la brevedad, insisto. Fíjense qué manera tan eficaz de ejemplificar su poder: Hágase la luz, y la luz se hizo. Breve, y sin más razones. 
@pedrojsuarez

Instagram: pedrojsuarez 

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