domingo, 15 de mayo de 2016

Todo a cien 
La enfermedad del chiste

Domenico, que pudiera llamarse Horacio, Vicente, o Carmelo es un adolescente de más de sesenta años, y tiene por defecto, o virtud que todo lo convierte en chiste. El día de la muerte de su padre le advirtió al personal de la funeraria que en lo posible evitara colocarle al cuerpo del difunto cualquier tipo de hielo o producto irritante porque “su viejito sufría de asma”. Un día cualquiera lo detuvo un vigilante de transito porque había cruzado la avenida con la luz del semáforo en rojo. Consciente de la falta y el monto de la infracción, optó por la vía de la viveza criolla y el humor siciliano: le preguntó al funcionario el motivo de la detención y al responderle que se había “comido” la luz roja, le extendió un fajo de billetes mientras le informaba que entonces él tendría que comerse un pollo asado.

Carmelo, que podría llamarse Vicente, Horacio, o Domenico, declara con solemnidad que tiene por vecinos a tres obispos, a dos generales corruptos, un coronel patriota, una enfermera de terapia intensiva, una ex monja de clausura, un pastor evangélico, un ex alcalde, y un ex convicto devenido en vendedor de carros usados. Nada de esto es verdad, pero a él no le importa. Todas las tardes aprovecha la circunstancia del café que nos reúne par contar una anécdota de sus vecinos. Las historias abarcan el ámbito de lo trágico y lo hilarante a la vez. Nada lo detiene, su capacidad para inventar historias no tiene limites y nadie escapa a la corrosión de su lengua. Es implacable hasta con él mismo, se coloca en las peores situaciones. Se burla de sí mismo que es, al fin y al cabo, la quinta esencia del humor.

Sin llegar al estadio de lo que la ciencia da en llamar el síndrome de Witzelsucht, el trastorno de Carmelo es más un adorno que sirve de muro de contención a estas ganas de llorar en la que se ha convertido Venezuela. Casi como la canción que popularizó la inolvidable Celia Cruz, para Carmelo La vida es un carnaval. Si puedes reír, para qué coño llorar, es su lógica y lo declara. Si comentan que la luz se fue en el edificio por ocho horas, Carmelo despacha que en su casa funciona perfectamente una planta de generación eléctrica de 40 KVA, con la que le manda alguito de energía a la monjita para hacer arrechar a los obispos. Todo esto lo detalla Carmelo revestido de la mayor seriedad. 

La técnica de Carmelo, que podría llamarse Horacio o Domenico, molesta a los que se toman el asunto demasiado en serio. Aquellos que de alguna forma caen en la trampa Orwelliana que promocionan el amor como coartada para implantar el odio, y hablan de paz cuando su tarea es fomentar la guerra. 

Puede ser una enfermedad, la del chiste; pero es de esas dolencias de la que bien vale la pena estar enfermo. No hay pan, qué importa, a Carmelo le terminan de despachar una tonelada de harina y él se entretiene haciendo tortas.
 @pedrojsuarez



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