miércoles, 21 de enero de 2015


Sin hormigas y en París
Por Pedro Suárez



Los periódicos repetían en los titulares de primera página que sería la primavera más fría de los últimos cien años. Apenas asomaba la nariz a la calle y me entraban ganas de regresar al calor del plumón que había dejado en la habitación del hotel. Pero no va uno a París para quedarse en la cama. Sin embargo, y acostumbrado al hirviente calor del trópico el frío de ese mayo parisino agotaba mi paciencia y recortaba mi exposición a la intemperie. 


No sabía qué hacer ni cómo ordenar mi agenda porque el clima me corría de todos lados. En el jardín de Las Tullerías me sorprendió un chivo, sí, un chivo de largo pelaje blanco, que pastaba desganado. El resto, la tierra húmeda, los setos mustios, sin flores, y el frío que entraba por los tobillos. En los patios del Louvre las fuentes como acobardadas se mantenían apagadas. El Arco de Triunfo, allí, inconmovible y rodeado de un gris que resistía el sol de la tarde. La primavera destacaba, también, porque Notre Dame celebraba sus 850 años de construida. Pero era el frío el que dominaba mi estado mental. Bueno, debo confesar que intentaba escapar de ese tormento indagando sobre algo que me tenía intrigado. Por ningún lado veía rastros de hormigas. Y es que nada me serena más que ver a las hormigas en plena faena, en su ir y venir de no sé dónde. En la Torre Eiffel ubiqué un lugar solitario y dejé caer un trozo de pan para ver si a mi regreso las encontraba. Nada, las criaturas o no gustan de París o las había corrido el frío. El resto de los días que me quedé en la ciudad pensé que era esto último.

@pedrojsuarez
Instagram: pedrojsuarez

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