domingo, 11 de abril de 2021

 Poética


Ya en la esquina de la tercera edad he comprendido que lo que más disfruto de un proyecto literario es la certeza de saber que no lo voy a ejecutar; me doy por satisfecho solo con pensar la estructura que va contener el discurso, la intención, la forma, los sonidos y el ritmo, su extensión, el color y la temperatura del texto. La literatura ya está hecha, es antigua como los trazos en las cavernas que nos abrigaron de los primeros fríos; quedan dos especies revoloteando en sus orillas, los que sienten la necesidad de decir para explorar su singularidad, y se empeñan contra la pared que han levantado a lo largo de sus vidas. Los que abandonan el temor de verse en los espejos, van,  a golpe de mandarria, rompiendo la piedra y aparecen historias que bien se las podría tragar la oscuridad de la nada, cuando no, saltan, con cada mandarriazo, trozos que brillan contra el sol de una vida que dibuja el mapa íntimo del que escribe, y dejan como secuela relatos de aventuras que con suerte aparecen como únicas e inéditas.  La otra especie, entre la que me cuento, es la del zángano diletante que traza en la página pequeñas anotaciones, como estás, sin propósito ético, ni siquiera con intención literaria; es de la que siente que ya todo ha sido dicho y que solo queda picar en las páginas que encontraron lugar en la extensa geografía del alma humana. A esta última cosa, no encuentro otra manera de nombrar estás costumbres, me dedico, cuando de literatura se trata.


 La maldita guerra El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Jaime Sabines Mientras las bombas caen, si se ag...