viernes, 3 de junio de 2016

Todo a cien

Llegan cartas

El que redactes una carta antes de emprender un viaje, es predecible, normal se diría. Una, a dos manos, escribió Julio Cortázar con su esposa Carol Dunlop e iba dirigida al Señor Director de la Sociedad de las Autopistas de Francia, para notificarle y pedirle el apoyo en la realización de una “expedición un tanto alocada y bastante surrealista, que consistiría en recorrer la autopista entre París y Marsella a bordo de un Volkswagen Combi”.

La insólita correspondencia no obtuvo respuesta, y ante tamaño silencio administrativo los esposos Cortázar Dunlop asumieron que tenían luz verde para transitar sin molestias y a su gusto el país entero. El viaje que emprendían no era cualquier viaje, en el camino llevarían un diario con propósito de libro, que se publicó con el nombre de Los autonautas de la cosmopista, o viaje atemporal París/Marsella

En los prolegómenos del libro transcriben la carta descrita arriba, y visto el resultado de la que habían remitido al funcionario francés, citan, a modo de paradoja, la cortesía que tuvo el Gran Khan de China en respuesta a una misiva que le había escrito Marco Polo con igual propósito: solicitar apoyo para hacer la ruta de la seda. Tal fue la diligente y amable respuesta que Marco Polo la reseña así en su Libro de las maravillas, en una tableta de oro, el Gran Khan ordenaba: “que en todas las plazas fuertes a las que pudieran allegarse, los gobernadores sujetos a su ley deberían darle, so pena de desgracia, el alojamiento que les fuese necesario, las naves y los caballos y los hombres para escoltarlos de un país a otro, y todas aquellas otras cosas que pudieran desear para su viaje, tal como si fuera para Él mismo”. 

Es de ver que aquellos tiempos, familia de los que retrata Kavafis en su poema Esperando a los bárbaros, podían ser más amables que este donde abundan los héroes prescindibles y los idiotas voluntarios. 

Cartas las hay de todo tipo, unas requieren o declaran amor, otras demandan el pago de deudas; aquéllas como las que escribe el poeta Miguel Hernández a su esposa Josefina Menresa, rompen el corazón. El triste Miguel inicia de esta manera: “Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo de echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, creo que no falte hoy.”, lo que sigue es ese martillazo en el alma que es el poema Nanas de la cebolla. Hay cartas que tienen como destinatario el primero que las lea, esas se lanzan en botellas al mar. 

Gabriel García Marquez hizo recorrer, por quince años continuos, el camino que llevaba hasta el desembarcadero a un desangelado coronel que esperaba la llegada del correo para ver si con él le venía la carta donde se le daba noticias de su pensión. La desesperación del coronel por el desengaño burocrático al que ha sido sometido lo lleva a vomitar su última bocanada de esperanza, y ese es el corazón de la novela El coronel no tiene quien le escriba. Visto que la carta es una ficción, apuesta todo lo que le queda en los huesos: la esperanza, que coloca en las espuelas de un gallo. Y si perdemos, qué vamos a comer, es la pregunta de su esposa. La respuesta cierra el libro: Mierda.

Hay cartas que solo quedan en eso, en mierda.
@pedrojsuarez



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