Adonis
del tamaño de una idea.
In memorian
Quedan cuentas pendientes que honran, que no avergüenzan, en cambio le añaden nostalgia a esto de vivir. Le había prometido ir juntos a la sabana a ver el Roraima y los saltos de agua. Suponía que de esa manera podía enderezar un poco la soledad que lo perseguía en las arduas tardes de Angostura, de la Ciudad Bolívar que ponía los tantos kilómetros y alejaba los afectos del México que lo sorprendió para que los que estamos aquí sigamos queriéndolo. Le hablé que ese viaje ya lo había hecho con Abraham Salloum Bitar, y que para el poeta, aquél había sido uno de sus inolvidables. Pasó entonces que el viaje no se hizo y culminó en deuda, impagable pero que hoy declaro para anotar en negrillas lo que fue un asunto entre amigos.
Conocí a Adonis Salloum Bitar, hermano de mis hermanos Anis, Abraham, y Anisi, un día del que no guardo recuerdo; lo que sí conservo es la certeza de que cuando estreché su mano lo hice como el que se encuentra con alguien que anduvo por parajes que ya habían sido míos. Tenía delante de mí a un amigo entrañable, viejo y curtido de historias que confundían sus letras con las mías. Adonis era un filósofo, peripatético de breves sentencias y nada discretas carcajadas; poco dado a la estridencia, cuando de enfrentar una idea se trataba, tolerante, de esos que le estorban el mundo pero que amaba la vida, el tequila y las mujeres, un escéptico.
Ya no va estar, en algún momento tampoco estaremos. Decir que estoy triste sería mentir, acepto su adiós como la crecida del Orinoco en los meses de julio y agosto. Pienso en él y en su desdén por lo impostergable. No estoy triste pero sé que el mundo es más reducido sin la lucidez y el filo de su inteligencia. Aquí, y en mí dejó un amigo. Eso no es raro, Adonis era un tipazo.