domingo, 17 de noviembre de 2019


Una muesca de dos números iguales





I
Me gustan los poetas tipo José Emilio Pacheco o Rafael Cadenas, poetas que cierta timidez confundida con un oportuno escepticismo los llevaron al saludable estadio de huirle al vicio de tener la razón. Por eso Cadenas alcanza uno de sus momentos más elevados cuando reconoce la derrota como un sino de su vida. Por eso el mexicano Pacheco se declara apatrida, de esos que aman el temblor de los ríos de su nación, y la brisa de sus montañas, pero que nadie lo mueve al descreer en banderas y en dogmas que como el maíz se le lanzan a los incautos para que alimenten sus convicciones. Así era Abraham Salloum Bitar (ASB), le huía a las iglesias y a los dogmas absolutos, no en vano fundó su Escuela de Dudas, recordada columna periodística que daba nombre a sus artículos. Desde allí asomaba su cabeza al mundo y nos decía: ¨A mí me parece¨. Luego, en el incienso de su no-iglesia, abonaba en la luz de la llama en vela que fue su obra escrita y que lo conserva en la memoria de los que tuvimos la suerte de conocerlo.

II
A mí me parece que la poesía no pide que nos quitemos el sombrero para ingresar a sus patios, pero como Fernando Pessoa -quizá el escritor más importante del siglo XX en lengua portuguesa- pienso que la historia espiritual de un país lleva algunos gramos de otra verdad si se asocia a la voz de sus poetas. Para Pessoa, era imposible entender a los griegos sin Homero; a Inglaterra, sin Shakespeare; a España, sin Cervantes; a Portugal, sin Luis de Camoes; a Francia, sin Baudelaire o Rimbaud. Luego, a mí me parece que ASB estaría feliz al saber que en su nombre y memoria se convoca a la poesía para que extienda su voz en la voz de los poetas. Pero también me parece, y no es ocioso acotarlo, que será difícil armar el ajedrez de la poesía venezolana de final del siglo XX y de principios de éste que comienza sin leer las páginas que dejó ASB en sus ocho libros publicados.

ABS nació en Siria, en el pueblo Ayoun El Wadi, en 1953; su infancia y adoslecencia la vio transcurrir en Angostura. Se vino de Siria en 1956, movido por las costumbres políticas de su padre; traía los ojos llenos de arena y se los lavó con agua del Orinoco y en los atardeceres de Ciudad Bolívar, donde falleció el 21 de mayo de 2005.


De él se dice que era un príncipe llegado desde un lejano país de arena y piedra, otros que era la reencarnación de un camello que amenazó con secar las aguas del Orinoco; no se sabe cómo ni cuándo pero se da como verdad indiscutida que supo bañarse dos veces en el mismo río; se insiste en que era un cartógrafo del alma, hombre entregado a leer en las vísceras de los días como quien busca señales en un oráculo; algunos lo acusan de haber sido tipógrafo y psiquiatra de Nietzsche, que había participado, con un cansado y ciego Jorge Luis Borges, en la construcción imaginaria de una Biblioteca infinita; los más exagerados hablan de su amistad con Platón, y refieren sus largas discusiones con Aristóteles. Discípulo de Cioran, ensayaba mínimas y lacerantes elucubraciones donde sometía al escarnio la supuesta bondad del hombre; insinúan que en sus ratos de ocio dedicaba el tiempo a componer arduas e inútiles ecuaciones matemáticas, que tenía por costumbre escribir versos para nombrar a Dios, dibujar laberintos y exorcizar incubos. De México se trajo la costumbre del tequila, que lo tomaba como el que conversa en susurro, pero sin el miedo que inunda las páginas de Pedro Páramo; si se le prestaba atención a los dedos de sus manos podía inferirse que la música se encontró con ellas en las calles de un piano imaginario. Salsero como era, le gustaba el jazz, las peripecias vocales de Héctor Lavoe e Ismael Rivera; es verdad irrebatible que tuvo mujeres y amó a su hijo Gabriel con la nostalgia que sentía Ulises por Telémaco; caminaba y hacia sonar con su voz los adoquines de la vieja Angostura mientras las campanas de la catedral sonaban a su espalda, de esto último fui testigo en tardes que se trasmutaban en noches de domingo y palabras.

¿Quién es éste que es?

Pues quien sino Abraham Salloum Bitar (ASB), el poeta, el filósofo, el matemático, el erudito, el poeta eterno de Ciudad Bolívar que ya no recorre sus calles ni le canta a las aguas del Orinoco porque se fue a la otra orilla.
De la lectura de la obra de ASB se pueden extraer dos certezas, dos convicciones. La primera de estas certezas es que Abraham es de esos hombres que sirven para explicar el efecto mariposa: su partida desencadena fuerzas ocultas que hacen que el mundo sea distinto, diferente. 
La segunda certeza, la que lo mantendrá en la memoria de los amantes de la poesía, es la de que ASB es un poeta excepcional, quizá uno de los más grandes poetas del siglo XX venezolano, y uno de los más importantes de habla hispana. 

III
Su palabra

La fuerza de sus versos queda para los lectores venideros como esa llama que no cesa. El lector podrá comprobar, si se expone la poderosa luz de esos versos, que ASB decía verdad cuando declaraba que: “este soy yo y me miro recorriendo el camino entre Dios y nada ̈. Y es que ese es el camino del poeta, crear para decir y decir para ser ese Nadie que permitió vaciarle el ojo al Cíclope. Es pues la “astucia” de la inteligencia y el instinto de poeta lo que puede leerse en su palabra, a ella se entregó toda la vida y sólo a través de ella pudo decirnos estoy y estuve aquí.

*Abraham en tono de Bienal
Parte de este texto fue leído, el 31de mayo de 2014, en la entrega del premio de la Bienal ASB, y se fue reescrito para la celebración del 66 aniversario del nacimiento del poeta ASB.
Pedro Suárez

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