lunes, 9 de febrero de 2015

El mar es una quimera
Por Pedro Suárez
A Todos mis hermanos




Arrasto el pudor sujeto a las ganas de contar el día que mi padre me llevó a conocer el mar. Pudor porque me resultaba de muy escaso valor literario la narración de un viaje que era como haber ido un domingo a la plaza Bolívar del pueblo. 

Un suceso menor, pensaba. Pero su recuerdo me seguía a todos partes, como esos patos que cuando rompen el cascarón se van detrás del primero que se les atraviesa. Menor porque nací a orillas de dos ríos que van en mayúscula: el Orinoco y el Caroní, además al lado del primo pobre de éstos, uno que casi no llega a riachuelo pero que sonríe cada vez que le dan el título de río. Hablo del Yocoima, una vena de agua que se ahoga entre la basura y el asco. Menor porque el mar Caribe queda a un saltico de la Upata que señala la décima línea de mi partida de nacimiento. Distancia que mi padre convertía, en la Ford Ranchera del 72, en cinco horas de risas y ansiedad que nos repartíamos entre Marisol, Aleida, Juan, Pedro Delfín, Santos, y Pedro José, o sea, yo, que por primera vez veríamos el mar en plan de hermanos. Hablo de una tropa, ninguno mayor de once años, quiere decir, con la niñez incrustada en los ojos, vivita como los peces de colores que nadaban entre el azul que retrataba la película personal que empezábamos a dirigir cada uno de nosotros. Menor porque es un despropósito literario ensayar un párrafo que inicie con una frase de este tipo: Recuerdo el día que mi padre me llevó a conocer el mar. Y ya sabemos que una línea así, solo queda bien cuando nos llevan a conocer el hielo. 

@pedrojsuarez
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