martes, 19 de diciembre de 2017

largarse 

La historia de la humanidad está escrita en letras que narran las peripecias de un viaje, de múltiples viajes que trascienden lo material y alcanzan estadios del espíritu que nos permiten trascender a lo que somos en el bostezo de lo singular, viajes hacia barrancos de la moral, al asombro, lo fantástico. Salimos de Africa, ya erguidos, al encuentro de climas más benignos; así, nos enteramos de un pueblo que abandona la esclavitud, y debe cumplir un viaje, como requisito; la Odisea, que es un regreso, de alguien que se fue. La tierra dejó de ser plana, por alguien que orientó sus pasos a un lugar del que no se supo noticias de él; todos, en algún momento de nuestras vidas, tenemos que ir o irnos, es un destino a no dudarlo. Intelectualmente estoy consciente de ese destino, debo a las historias de viajes algunos de los momentos más gratos de mi vida, pero no pensé jamás verlo desde un andén desde el que se ofende mi tranquilidad. A mí que me voy a cada rato, que vivo un exilio interno, que me encanta jugar cuando me preguntan que dónde estaba y respondo sin ningún pudor: Me mudé a Estambul, estoy escribiendo una novela y vivo allá desde hace dos años. Y remato: En Verdad vivo entre Madrid y Estambul. La gente se maravilla, y hasta se alegra. Yo no me inmuto, ni me importa que sepan que les miento. Lo disfruto. Pero esto de ver un país que se descose como un pantalón viejo me hiere. Detesto esas historias, pero me persiguen. No pasa un día en el que alguien no me cuente historias sobre una despedida. Son abruptas esas historias, por demoledoras. Llegan sin pedir permiso, como el final de este texto. La trampa es la de un país que decide largarse, y nadie sabe para qué. 

 La maldita guerra El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Jaime Sabines Mientras las bombas caen, si se ag...