domingo, 22 de febrero de 2015


De avaros
Por Pedro Suárez


Esa noche arrastró y volcó el oro sobre la báscula, estaba completo, entonces respiró aliviado.
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Tenía un cofre lleno de oro que veneraba como a un Dios, un día lo agitó en su oído y sonó hueco, como su alma.
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Tenía una vieja alcancía de lata a la que veneraba como a un Dios, un día le dio una patada y sonó hueca, como su existencia. 
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La voz se escuchaba a lo lejos, podía venir, pensó, desde uno de los círculos del infierno que describe Dante en la Divina Comedia. Ahora la sentía en la puerta, no le abrió.
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Crecieron sus medidas, pero se le empequeñeció el alma.

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sábado, 21 de febrero de 2015

Día de la Marmota
Por Pedro Suárez

Apenas lo vi en pantalla entré en pánico, cómo pude olvidarlo. La reacción fue automática, comencé a temblar o para darle un toque literario al asunto: un sudor frío recorrió mi espalda. Pero ya va, no lo olvidé, sencillamente no tenía noticia de que esa fecha existía o guardaba alguna importancia dentro del calendario gregoriano. Uno sabe que la navidad se celebra en diciembre, que el día de las madres, va para uno de los domingos de mayo, el del niño en junio. Esos días paralizan al país y activan un frenesí a lo interno de las cajas registradoras. Olvidar esas fechas es un delito que se paga con pena de reproches. De ese calibre van los días patrios, es una vergüenza no saber el de la independencia de tu país. Peor es olvidar el cumpleaños de tu novia.

Hasta aquí todo bien, el día del niño, el de las madres y el padre, la navidad y la independencia. Pero, ¿el de la marmota? Cierto en aquello de que Google te da cinco segundos antes de pronunciar una estupidez, escribí en el buscador: Día de la Marmota. La respuesta del oráculo fue instantánea, se trata de un roedor esciuromorfo, que así se clasifica el animalito, y es una excusa, un instrumento que se utiliza en parte de Canada y Estados Unidos para determinar el fin del invierno. Es, en otras palabras, un método que tiene mucho de empírico y que se celebra 12 días antes del día de los enamorados. Abona la red e informa que el 2 de febrero, casi siempre, la marmota abandona su madriguera y se lanza a saludar la pronta primavera. Muy bien por la marmota. 


Ya nada me sorprende en esto de los calendarios y sus días. La frase la repito como un mantra, pero leo en el periódico que los chinos celebran el año de la cabra. Esta vez el sudor frío no recorre mi espalda, menos cuando la cabra promete cambios.
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miércoles, 11 de febrero de 2015

Rebaño de palabras
Por Pedro Suárez


Abrí un archivo y lo utilizo como potrero, allí encierro palabras. Las cuido y alimento como se cuida y se alimenta a las vacas. En otras palabras, las crio para engorde. A ver, no se trata de un rebaño parecido a los que vienen en un diccionario, aunque a primera vista pudiera ser tomado por tal. En ese espacio, el potrero, quiero decir, no hay un orden definido, ni de género ni de número. Conviven las esdrújulas con los sustantivos, los verbos con los adverbios. Eso sí, tengo el cuidado de no dejar entrar sílabas sueltas, ni pronombres, ni preposiciones; y no lo hago porque tenga algo contra ellas si no porque no me sirven de nada. La única manera que las deje entrar es que vengan acompañadas.

Para que una palabra me sea de utilidad tiene que ser nueva para mí, que me la encuentre en un libro o que alguien la haga llegar por primera vez a mis oídos. Cuando digo nueva no me refiero a la edad del vocablo. En el potrero tengo fósiles que corretean y hacen payasadas como jirafas para que las tome en cuenta. Antes de continuar debo advertir que esas palabras, todas sin excepción, no pasan mucho tiempo en el potrero. Una vez que las estudio, que sé de dónde vienen y para qué sirven las dejo ir. Bueno, en verdad las borro porque el archivo lo tengo en mi computadora. Me gusta la idea de saber que en el potrero pastan libres (voy a darle esa cualidad a las palabras, ya que utilizo la metáfora del rebaño), aforismos de Lichtenberg con otros de Cioran y Groucho Marx; que más de un economista tiene en la dehesa una frase al tercio, y que versos de poetas conocidos o no saltan de aquí y de allá. Tengo un oxímoron del tamaño de una ceiba aunque él prefiere que diga que es del tamaño de un ombú; hay más de diez palíndromos, algunos haikú, pocos sonetos, y una que otra escatología. 


Antes de optar por el método del potrero marcaba las palabras en los libros; le colocaba un punto al lado, si me las tropezaba en un diccionario, debajo les extendía una línea azul, roja, negra, según el caso. Pero el procedimiento me parecía extenuante y me desanimé leyendo La Biblioteca de Babel, un cuento de Jorge Luis Borges donde deja claro que nada es más infinito que una biblioteca. Me propuse algo modesto, menos arduo visto la innecesaria y vasta tarea Borgeana. Abrí un pequeño potrero, allí las palabras pastan libres y se van. 


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martes, 10 de febrero de 2015

Escribidor y sin tía Julia
Por Pedro Suárez

Nadie sabe escribir, pero un escritor es el que se da cuenta 
y convierte eso en un problema”
Fabio Morábito



Llegué a pensar que eran cosas mías y de nadie nada más. Una sensación de vergüenza y estupor, imperceptible, me invadía cada vez que alguien me presentaba como escritor: Pedro escribe libros y publica artículos en la prensa. La frase me hacía temblar, tanto o más que escribir libros y artículos para la prensa.

Hablo de una dolencia que me atacó a temprana edad; una enfermedad que el tiempo convirtió en crónica, así, sin más. Para esa época había aceptado que el único confidente posible para mí era un cuaderno a rayas Caribe, de esos que en la contraportada traían impresa las tablas de matemática. Se trataba de contarle mis cosas al papel, sin la menor conciencia del lenguaje, ajeno o pobremente dotado para atender norma alguna de ortografía o gramática. Entraba en conflicto con la vida, y escribía sobre la razón de vivir. Me gustaba la chica del segundo año B, y le acomodaba un poema que no era ni suma de versos ni prosa extendida; veía una película y redactaba una crítica, un juego de béisbol y construía una crónica.

Pero pasó lo que tenía que pasar, aprendí que un acento o una coma podían hacer naufragar un texto; tomé, ahora sí, conciencia del lenguaje. A diferencia de andar en bicicleta, a escribir nunca se aprende. Que hay autores con cientos de libros publicados, quién puede negarlo, aún así estos ensayistas o novelistas de fama sufren el síndrome del payaso antes de salir a escena: temen hacer el ridículo. En definitiva, esquivar la orfandad que sigue al punto final es una constante que pocos confiesan pero que muchos sufren. A ver si me entienden, trato de encontrar una razón que justifique esto que aquí escribo. Leo y releo, tacho, añado, borro, agrego; releo, leo, consulto el diccionario, pienso en la palabra adecuada, me pregunto si es la mejor. Borro, quito, pongo, maldigo un adverbio, esquivo un adjetivo, borro, añado, quito. Así, todo el tiempo.

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lunes, 9 de febrero de 2015

El mar es una quimera
Por Pedro Suárez
A Todos mis hermanos




Arrasto el pudor sujeto a las ganas de contar el día que mi padre me llevó a conocer el mar. Pudor porque me resultaba de muy escaso valor literario la narración de un viaje que era como haber ido un domingo a la plaza Bolívar del pueblo. 

Un suceso menor, pensaba. Pero su recuerdo me seguía a todos partes, como esos patos que cuando rompen el cascarón se van detrás del primero que se les atraviesa. Menor porque nací a orillas de dos ríos que van en mayúscula: el Orinoco y el Caroní, además al lado del primo pobre de éstos, uno que casi no llega a riachuelo pero que sonríe cada vez que le dan el título de río. Hablo del Yocoima, una vena de agua que se ahoga entre la basura y el asco. Menor porque el mar Caribe queda a un saltico de la Upata que señala la décima línea de mi partida de nacimiento. Distancia que mi padre convertía, en la Ford Ranchera del 72, en cinco horas de risas y ansiedad que nos repartíamos entre Marisol, Aleida, Juan, Pedro Delfín, Santos, y Pedro José, o sea, yo, que por primera vez veríamos el mar en plan de hermanos. Hablo de una tropa, ninguno mayor de once años, quiere decir, con la niñez incrustada en los ojos, vivita como los peces de colores que nadaban entre el azul que retrataba la película personal que empezábamos a dirigir cada uno de nosotros. Menor porque es un despropósito literario ensayar un párrafo que inicie con una frase de este tipo: Recuerdo el día que mi padre me llevó a conocer el mar. Y ya sabemos que una línea así, solo queda bien cuando nos llevan a conocer el hielo. 

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domingo, 8 de febrero de 2015

Ulm 1592
Por Pedro Suárez



Bertolt Brecht escribió un pequeño poema donde el obispo de Ulm se burla del deseo de volar de un humilde sastre, en la Alemania de 1592. El autor de La ópera de tres centavos sumó año y ciudad el resultado lo utilizó para darle nombre al poema que hoy tomo prestado para designar estos renglones. 

En una parte del poema el obispo pide y grita alborozado: 
"Que repiquen las campanas, todo era falsedad. 
El hombre no nació pájaro, jamás logrará volar"

La noticia que informaba sobre el espachurramiento del sastre contra la fría losa que lo convirtió en difunto, define la alegría del obispo, que hizo todo lo posible para que éste no imitara el vuelo de Ícaro, y se iguala al desdén con el que en ocasiones se contrapone la realidad a la ficción. Tú vives en la luna. Esa muy socorrida acusación con la que pretenden ponerte en tu sitio, solo se desarma si respondes con un: Tú vives en la tierra. Lo paradójico es que la realidad es tanto o más contingente que la ficción. Pregunte usted a un escritor porqué escogió el nombre de Aurelia para designar a la protagonista de su novela y de su respuesta se dará cuenta que esa decisión fue todo menos azaristica. En cambio consulte a la vecina la razón del porqué esta mañana decidió ponerse una blusa verde y no la azul que llevaba hace una semana. Primero la vecina se sorprenderá por la pregunta, luego no sabrá qué responder, estoy seguro. De nada vale entonces proclamar la necesidad de poner los pies sobre la tierra, especialmente cuando hay tanto cielo para volar. 
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viernes, 6 de febrero de 2015

Zapata, ¿cuánto te pagaron?
Por Pedro Suárez


Irse así, en este momento, no puede ser algo producto del azar. Tú eras un hombre que sabía que todo tiene su momento bajo el cielo, y este no era tu tiempo. Eso de que no era tu tiempo lo digo porque en verdad no era tu tiempo. Si se investiga bien, seguro se descubre que tú inventaste la palabra tolerancia. A ese trazo mayúsculo le agregaste dos vocablos: inteligencia, y humor. Por eso digo que este no era tu tiempo.

Pedro León, algo hiciste, algo tramaste, con alguien te pusiste de acuerdo. Uno que te conoce, que te conoció, que aprendió a leer con tus caricaturas, y a pensar, bueno, a medio pensar, puede intuir que el Zapatazo de hoy no te quedó bien. Venezuela te va extrañar, toda América te va extrañar. Fuiste uno de los grandes, tenías nombre de revolucionario. Tus batallas se dieron en el campo de las ideas. Eras Pedro, que quiere decir piedra. Eras León, que quiere decir rey. Solo me falta saber y te lo pregunto sin rodeos: Zapata, ¿cuánto te pagaron para irte?
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jueves, 5 de febrero de 2015


De alevines sueltos
Por Pedro Suárez 


Lo breve remite en mí la idea de refugio. En ese espacio, mínimo, solo lo necesario. Pienso en la posición fetal, y doy como cierto que nada resume mejor el acto de estar con uno mismo que ese momento en el que los brazos lo arropan todo. Admitir como verdad que el Aleph de Jorge Luis Borges tiene su centro en aquello que podemos reducir al puño de una esquina, es una ventaja de tipo táctico. La brevedad como una forma de ver la vida, ni trágica ni eufórica, una opción, nada más. 

En literatura lo breve atrapa mi atención, tanto como el queso al ratón. Lo breve, apunto, por comodidad y por necesidad de ahorrar en lo imprescindible. El primero que abrió esa rendija que conduce a lo fantástico fue Augusto Monterroso, con su dinosaurio. Comprobar que la sorpresa es una de las máscaras de la brevedad, también, ayudó a quedarme en esa estación. 

Ya que hablo de estación, diré que todas las semanas lo espero en el mismo andén. Escribe para una revista de las que llaman de adultos; publica novelas, hace radio, y construye retratos a partir de otros retratos en diarios de su país. Hablo de Juan José Millás, que es minucioso y austero. Miren cuánto: "Consulto en el periódico la  temperatura de hoy en París, por si me decidiera, esta tarde, a dar un paseo imaginario. Cinco grados bajo cero y lluvia. No voy." 


Diré que en ese cuento, mínimo, no sobran palabras. No puedo decir lo mismo de estos renglones. Me postro en la brevedad, insisto. Fíjense qué manera tan eficaz de ejemplificar su poder: Hágase la luz, y la luz se hizo. Breve, y sin más razones. 
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miércoles, 4 de febrero de 2015


En la luna
Por Pedro Suárez



 Por saludo recibo el reclamo: ¿Cómo es eso que ahora escribes sobre hormigas y las papas fritas de McDonalds? No me dejó responder, pero supe lo que vendría: -Mientras el país se cae a pedazos. Aquí respiró, imagino que para bajar el rubor que le había oscurecido el rostro. -Tenemos la más alta inflación del mundo, el mayor índice de criminalidad per capita, la corrupción más obscena, persecución política, destrucción del aparato productivo nacional. ¿Acaso no ves las colas? Me preguntó. Esta gente quebró las empresas básicas de Guayana, endeudaron a PDVSA, la pobreza aumentó a niveles escandalosos, mayores a las del año 1998, y ¡con el precio del petróleo más alto de nuestra historia! Coño Pedro, eso lo sabe todo el mundo. Con esa frase cerró lo que para mí era su catarsis del día. Luego, sin despedirse, desapareció por el frío e iluminado pasillo del centro comercial.
Eso lo sabe todo el mundo. Le agregué azúcar al café y vi como la expresión se diluía en la taza. Ya va, no del todo. Cada vez que movía el café la palabra mundo subía a la superficie como un corcho.Después, asomaba la trompa eso lo sabe todo el mundo, y le seguía la palabra país, presos políticos. La taza era una sopa de letras que explotaba burbujas donde se podía leer el rosario de calamidades que padece el venezolano de hoy. Me bebí el café de un sorbo para aplacar la culpa.
La verdad es que no debería escribir sobre las hormigas. Pido otro café y le digo al mesero que me lo traiga sin palabras. Mejor, que me lo traiga mudo. El mesero no me escuchó, y lo agradezco. Pienso en un poema de Jaime Sabines sobre la luna. Creo que voy a seguir el consejo del poeta mexicano: “La luna se puede tomar a cucharadas / o como una cápsula cada dos horas.” No sólo eso, me quedaré con otros versos del poema: "Un pedazo de luna en el bolsillo / es mejor amuleto que una pata de conejo."

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martes, 3 de febrero de 2015

La noticia
Por Pedro Suárez




Ernesto Sabato afirmaba que padecíamos de un exceso de noticias irrelevantes, y que ante semejante calamidad lo aconsejable sería publicar un periódico cada año, cada siglo, cada quinientos años, o cuando algo verdaderamente importante ocurra en este desaguisado planeta: “El señor Cristóbal Colón acaba de descubrir América”, por ejemplo. La relevancia de una noticia como esa merecería las ocho columnas de la primera pagina de todos los periódicos del mundo.

La idea del autor de Sobre héroes y tumbas, es atractiva. La noticia se ha convertido en caricatura, y tiene en los meme que pueblan las páginas web, su expresión más acabada. Es casi una mueca. Perdió su identidad, aquella que estructura su papel primigenio, que no es otro que el de informar: “Cae meteorito en el Parque Nacional Canaima". Esa es una noticia. Mejor, “Hombre rabioso muerde a su perro". El caso es que la noticia ha derivado en fiambre, hiede, cuando no es un trapo sucio que nadie toma en cuenta. Y es que la noticia que no alimenta la curiosidad o precisa un hecho en el plano de estricta naturaleza, es eso, un trapo sucio que nadie toma en cuenta. Si acaso, y con suerte, cuando cruza esa frontera, puede llegar a ser literatura.


Leo en el periódico que un hombre, acusado de supuesta homosexualidad, es lanzado por miembros del Estado Islámico desde la azotea de un edificio, y que otros 13 jóvenes son ejecutados en la horca por ver un partido de fútbol. Un  día después, en el mismo periódico, leo que un piloto de Jordania es quemado vivo por miembros de esta secta religiosa. Entonces, me digo, esto no es una noticia, es barbarie. 

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domingo, 1 de febrero de 2015


Hierro y papel
Por Pedro Suárez



Siempre habrá un día para cada algún.
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Inocentes las bacterias, y mira como matan gente.
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He visto tantos pueblos aplaudir que no me asombra los que hoy aplauden.
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Hay quienes le pegan al sapo para estar bien con la rana. Desconfiad de ellos.
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El error es quizá la circunstancia más atractiva del ser humano. Equivocarse, he allí el sendero mas cierto para comprobar que somos de carne y hueso.
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El peso de una mariposa puede hacer tambalear el mundo. Ahora, ¿cuándo es que la mariposa decide recostarse sobre el mundo?
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La desgracia, el desamor, la guerra, la mentira y el horror de lo humano son de los nichos más fecundos de la literatura.
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Si en medio de la tormenta una gota de agua se escurre por tu cuello, déjala correr para ver hasta dónde llega su ímpetu.
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Si se salva algo de mí, que sea un verso, una frase tan corta como la palabra sed.
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Idiota y con suerte, así lo veía cada vez que pasaba por taquilla a cobrar el acumulado de la semana.
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Si algo hay que aprender en la vida es el uso correcto y moderado de la falsedad.
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Como en las bolsas de pistacho, cuando se acaba el pistacho, así termina el día y no nos damos cuenta.


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 La maldita guerra El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Jaime Sabines Mientras las bombas caen, si se ag...