viernes, 4 de marzo de 2016

Todo a cien

Si necesita reggaeton, dale

En una de esas fiestas ensordecedoras en la que para entablar un diálogo sólo es posible el lenguaje de señas, pero donde sobra caña y comida, un amigo, a riesgo de reventarme los tímpanos, me aulló que sólo tenía oído para la música de Pink Floyd, Jimi Hendrix, Led Zepellin, Deep Purple, y los otros más duros de los duros del rock pesado; me confesó que admiraba aquella gente que en cuestiones de música eran como los cochinos, que le entraban a todo, desde Lila Morillo, pasando por Juan Gabriel,  Enrique Iglesias hasta llegar a Nicky Jam, Maluma, Chino y Nacho, más el largo etcétera que esconde la voz del roguetonero Pitbull.

Mi respuesta fue: yo también soy como los cochinos, escucho de todo. No tengo asco para la música, no soy de esos que le da mareos y se les baja la tensión si escuchan un reggaeton o un vallenato. Acepto con igual placer cuando mi iPod se detiene en el aria Largo al factótum de la opera El barbero de Sevilla, como cuando Simón Díaz se lanza con su Tonada de luna llena, y te deja esa sensación de que estás masticando algo que te pertenece, que es venezolano como la arepa pero a la vez universal; con incomparable alegría disfruto la voz de Caetano Veloso interpretando el Capullito de alelí, de El Jibaro Ramón Hernández Marín, como los blues y baladas de Miles Davies, o las rítmicas puntadas de la guitarra de Eric Clapton. Quiero decir que no me atrae el papel de comisario del “buen gusto”, ni soy de los que como una beata va de mesa en mesa predicando lo vulgar que es ver o escuchar tal cosa. Para mí, un saco y que la gente se meta en él.

Estos comisarios son más viejos que el hambre. Para ellos, estoy cierto, vulgar era, según la premisa que enarbolan, el Marqués de Sade, en sus ya inocuas novelas de temas eróticos; qué decir si hubiesen tenido que soportar al poeta Francisco de Quevedo a quien le debemos las Gracias y desgracias del ojo del culo; no se queda atrás Charles Bukowski, quien les habría hecho tragar el pañuelo blanco del pudor con tan solo presentarles su texto, A la puta que se llevó mis poemas. El tema es que estos comisarios que les produce náusea “la vulgaridad de esa música”, no soportan más de tres acordes de una sinfonía de Beethoven. Para mí es más sencillo decir: Si necesita reggaeton, dale. 

@pedrojsuarez

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