miércoles, 8 de abril de 2015

Esto de morir
Por Pedro Suárez



“Tuvo mucho éxito en vida, pero lo que le envidio fue el éxito que tuvo en la muerte”, así razona el cronista Gay Talase sobre la trágica muerte de su amigo David Halberstam (premio Pulitzer de periodismo 2004) quien había perecido en un accidente de transito cuando iba camino a realizar una entrevista. Para Talase, su amigo había muerto como los buenos toreros, en el ruedo. Era el tipo de  suerte que añade brillo a cualquier epitafio. Más, confiesa el padre del nuevo periodismo norteamericano, la sola idea de constatar la posibilidad de padecer una enfermedad degenerativa e incapacitante lo llevó a prometerse un saludo de plomo en la tapa de los sesos para escapar a ese destino. Promesa que, a los ochenta y tres años que ya tiene Talase, es casi un oximoron.  

Jack Kevorkian se decidió por un oficio que le cambió el nombre por el de Doctor Muerte. Padre de la teoría del “derecho a morir”, Kevorkian fue condenado a 25 años de prisión por asesinato en segundo grado, pero pudo asistir a más de 400 personas a cruzar el Aqueronte. Ven, entonces, de dónde viene aquello de que quién te quita lo bailado. Leo en el periódico que una niña de siete años muere a causa de una bala perdida mientras jugaba en el parque. No tuvo la suerte de los pacientes de Kevorkian, su muerte no fue una decisión propia.

La ONG Observatorio Venezolano de Violencia reporta 24.980 muertes violentas en el año 2014, esto es 82 muertes por cada 100 mil habitantes. La nada respetable cifra coloca a Venezuela como el segundo país más violento del mundo, después de Honduras. La matemática es como la cebolla, de allí que con esos números del horror se pueden ir de una consigna política a los 68 muertos que resulta de la división de ese holocausto por los 365 días del año. En este Bingo de la infamia a alguien lo atropella la suerte. Los que matan, en su mayoría adolescentes y adultos jóvenes, no logran vivir más de 25 años. Pienso en la Antología de Spoon River del poeta Edgar Lee Masters y en la inabarcable tarea que hubiese significado escribirle epitafios a tanta gente de carne y hueso.

@pedrojsuarez

 La maldita guerra El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Jaime Sabines Mientras las bombas caen, si se ag...