martes, 16 de febrero de 2016

Apenas hielo


¿Puedes creerlo?
Todavía siento en mis dedos 
el aliento de la ballena.
No es raro 
antes te comenté que confiaba más en las luciérnagas 
que en el arpón para dominar la constelación de tu bajo vientre.
Y que mi naturaleza se acomodaba mejor al vidrio 
porque a su través podía ver tu universo en expansión.
Te será difícil aceptar
soy lo que amarga el te en la taza
donde tratas de leer el camino que tomarán las olas.
Así como odias mi manía de comprar boletos el último día 
y eso de voltear la mirada para ver de cerca como me desdigo.
Te lo dije y no lo vas a creer
puedo caminar por entre las brasas 
tragar fuego sin adornos en la garganta
dejar que mi cuerpo padezca el látigo 
de ese verdugo despiadado que llaman realidad.
Me cuesta asumir que lo hago por miedo.
Tú no lo sabes ni lo vas a creer
el miedo en mí es como un motor de agua
penetra todas las hendiduras que descuido
crea líneas que marcan una veta que me cruza la cara.
Es el paso de un tigre en un follaje de piedras
que huye si lo busco
y me persigue si no lo invoco.
Puedes creerlo
todo comenzó frente a un espejo 
en el que no me he vuelto a mirar.
Tú no estabas, y no importa

el tiempo me dejó treinta líneas para explicarte.

viernes, 12 de febrero de 2016

Sin luz y con sombrero 

 Les habrá pasado que tratan de agregar aceite a la ensalada y una mosca impertinente toma por asalto la escena, va del plato a la taza, de la cesta de pan al borde de la copa, de las papas fritas al bistec; es de esas moscas que avergüenzan, tanto al obsecuente mesero del restaurante que nos atiende o a la esposa del amigo que nos invita a almorzar a su casa alguno de estos domingos cualquiera. 

Algo parecido a la presencia de la mosca que abre estos renglones me pasa con un curioso cuento de Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. El cuento del neurólogo inglés atrapa desde el mismo título, es extraordinario pensar que alguien pueda confundir a su mujer con un borsalino. El caso es que sí, el protagonista del cuento padece lo que Sacks describe como una agnosia visual, que es  -para los precariamente entendidos, como yo, en la neurología- una perdida de la comprensión de lo real, expresada a través de su relación con el mundo visual, tangible.  Así, el personaje-paciente de Sacks sufre la dolorosa angustia de no poder distinguir entre una vaca y un piano. Pero la enfermedad de este pobre hombre tenía sus túneles de escape, si bien no podía ver la totalidad de algo, era capaz de relacionarse con su entorno a tientas.


Sí, el personaje que confundía a su mujer con un sombrero tenía sus tablas de salvación. Caso contrario sucede con la nomenclatura que gobierna a Venezuela en la actualidad. Ellos confunden fracaso con conspiración, mala gerencia con guerra económica; no han entendido que el modelo político y económico que desde hace 17 años intentan instaurar en nuestro país es inviable, por eso ven iguanas donde deberían ver mala praxis gerencial y asumen que la gente la pasa chevere en una cola de 4 horas para comprar un kilo de leche, si lo consigue. Llaman al racionamiento eléctrico, ley, a los decretos de emergencia, oportunidad para saltar los controles con garrocha y robar a placer. Ellos, la élite que nos gobierna, confunden la política con una consigna. Padecen de una indigestión ideológica que no les permite ver la realidad. Son la demostración más fehaciente de que la ficción supera la realidad. Para desgracia de 30 millones de venezolanos.
@pedrojsuarez

 La maldita guerra El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Jaime Sabines Mientras las bombas caen, si se ag...