Todo a cien
Habla que nada queda
A ese lo conozco yo más que a la palma de mi mano, así que no me vengas con chistes. La expresión es utilizada como escudo y sirve para advertir que no nos vean la cara de pendejos. El novelista catalán José Antonio Garriga Vela, es más elegante. En igual trance, aunque no para excusar falencias de orden cognitivas, y sí para ser amable y no caer en provocaciones dice que: ”Todas las personas que conocemos nos inventan”.
Somos, si nos atenemos a lo afirmado por Garriga Vela, mas que la verdad que construye la esencia de ser uno mismo, una aproximación, una sospecha o la osadía de alguien que no se guarda de cometer imprudencias.
Pareciera que esta enfermedad le es común al genero humano, no me atrevo a decir lo contrario. De lo que sí estoy cierto es que como signo característico atraviesa de lado a lado el ADN de los venezolanos. No hay tribuna en estos andurriales donde el que toma la palabra deje de hacerlo en tono docto e irrefutable. Lo que se proclama guarda un arsenal de referentes y referencias inobjetables. En ese saco entra una digresión seudo académica o un mal chiste.
Así, eso que llaman diálogo, que en estos días alguien diferenció del mero hablar, queda como demasiado lejos. Fastidia abrirse paso en medio de un bosque de dogmas e ideas preconcebidas. En ese festival de frivolidades suicidas todo es accesorio, y cada santo debe una vela. Sin embargo, el diálogo y el reconocimiento del otro es el único camino que puede alejar el eco de las cavernas que todavía nos persigue como perro rabioso. Que algunos lo estimen accesorio, y que cuando lo perciben como útil es porque reclama sus intereses particulares, es una trampa de la que se sale con los tobillos ensangrentados. Queda el diálogo en minúscula o en mayúscula, no importa.