domingo, 1 de marzo de 2015


Tertulia sin navaja
Por Pedro Suárez


Las ciudades, como el Gregor Samsa de La Metamorfosis de Kafka, un día, cualquiera, despiertan convertidas en insectos, monstruosos. Se da cuenta, la ciudad, que la indiferencia de la gente que cruza sus calles en plan de transeúnte y no de ciudadanos le dibuja en el alma una repulsiva tiña corporis a la que todos se acostumbran como si se tratara de un inocente cambio del huso horario.

En Guayana pasa algo parecido, la que fue una ciudad concubinada al adjetivo pujante se ha despertado convertida en un insecto que sorprende por la inacción. Todo, en ella, se ha ido degradando, ha perdido la capacidad pulmonar que mostraba en sus primeros días. Y es en ese “estado de alma" que el escritor y ensayista Carlos Yusti se arrejunta con el poeta Francisco Arévalo para convocar una Tertulia sin navajas. La convocatoria es un estremecimiento a la pereza intelectual, otro de los correlativos que expresa la ciudad como síntoma cuando va apagando su luz; un empujón a la conciencia, prácticamente un apretarla por la pechera para que despierte. 

En defensa de la convocatoria y a modo de explicación del por qué el objeto cortante identifica la tertulia, Yusti advierte que es sin navaja porque sería del todo trivial irse al acero cuando en este país lo que sobra es plomo, puño y bofetada, como dice la canción. La pólvora escogida es el arte, y los abundantes gazapos que se le añaden como rémoras. Un terreno en extremo pantanoso dado el carácter de subjetividad que acompaña el acto creativo, y de la interesada valoración que las grandes corporaciones hacen del objeto creado. Mientras Yusti y Arévalo discurren, me pregunto: ¿Qué es una obra de arte? ¿Qué mérito convoca para ser considerada como tal? ¿Qué es el buen o mal gusto? Acaso esas interrogantes, si se exageran, ¿no pueden conducirnos al estadio de policías del espíritu? ¿No hay una intención de supremacía estética y hasta moral implícita cuando nos convertimos en árbitros del gusto? 

Miro a mi alrededor y la imagen de un Van Gogh humillado por la “pobre calidad artística" de su obra se abre a martillazos en mi cabeza; más sosegada acude a mi memoria el famoso cuadro de Renné Magritte 'Ceci n'est pas une pipe' donde el pintor establece el carácter de representación de la realidad de la obra de arte, pero desnudando al mismo tiempo el hecho de que supera a la realidad y se estaciona en esa amplísima playa de la subjetividad. Pensé también en lo que Flaubert llamó "la educación sentimental", en el papel del Estado y el artista en lograr ese estadio de conciencia. Pienso en el tango y la hostilidad con el que fue recibido por las elites sociales y culturales de su tiempo, y cómo posteriormente lo abrazaron para sí. Pienso en Marina Abramovic sentada en una de las salas del Museo de Arte Moderno de Nueva York para, en plan de artista presente,  sostener la mirada de los miles de espectadores que por 716 horas compartieron ese choque de retina y se hicieron complice de un performance definitivamente conmovedor. 

En resumen, una tertulia sin navajas pero con cianuro. Una tertulia que nos recuerda que el arte es una frontera que cruzamos sin darnos cuenta, y que en ocasiones se resuelve en una emoción.

@pedrojsuarez
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