Limón y bicarbonato
Por Pedro Suárez
Tengo un amigo que es diputado, y puedo dar fe que es de esos políticos a los que la ética no les estorba, aunque sus adversarios más enconados se la niegan. Estudiamos los grados de primaria en la misma escuela; él, dos cursos delante de mí. Antes de ser diputado se había hecho concejal, también fue alcalde; es, lo que se llama, un animal político. Le apasiona la historia de las ideas, intenta, soy testigo de ello, no ser indiferente ante la injusticia; especialmente le gusta tratar de entender porqué el país va como va y oponerle lo que esté a su alcance para que no se derrame del todo. Como diputado de la provincia tiene que viajar constantemente a la capital de la República, circunstancia que limita la posibilidad de vernos con la frecuencia que lo hacíamos antes de salir electo diputado. Ya casi no hablamos porque tenemos la certeza de que su teléfono está intervenido por el gobierno, lo que supone que todas sus llamadas son grabadas; visto entonces que somos aficionados a los chistes malos, no queremos ser objeto de burla por la magra calidad de nuestras carnavaladas.
Debo decir, antes de avanzar sobre la personalidad de mi amigo, que toda la vida se le ha considerado un hombre de izquierda. El partido en el que ha militado toda su vida fue fundado por un ex comunista de los más lucidos que ha dado Venezuela. Pero como Pablo de Tarso, mi amigo también sufrió la experiencia del relámpago de Damasco. Obligado a viajar, por razones de salud, a Cuba, regresó de la isla caribeña con una frase: He podido comprobar que Cuba es el mayor fraude de la historia de la humanidad. A partir de ese viaje comenzó a escribir sobre lo que (me confesó) ya sospechaba desde hace tiempo. Pero su crítica no se limitó a denunciar la estafa política que han ejecutado los hermanos Castro desde hace mas de 50 años, si no que se atrevió a pronosticar que si en Venezuela no se rectificaba el modelo que a golpe y porrazo se nos han intentado imponer íbamos a padecer igual o peores desasosiegos que los que sufren los cubanos del presente. A mí, de verdad, me parecía exagerado el pronóstico pero entendía que estaba haciendo política.
La costumbre se hace ley, es sabido. Hace más de treinta años uso un tipo especifico de desodorante. Me gusta porque sí, por la misma razón que prefiero ir lento que de prisa. Había olvidado el olor a cebolla y a col que desprenden las axilas.Tengo ya dos semanas que no utilizo desodorante, el olor que me acompaña es denso, por ahora discreto y apenas atenuado por el perfume. Siento, sin embargo, que va increscendo, tomando cuerpo. He probado con limón, bicarbonato, pero insiste. Creo que mi amigo no exageraba, vamos camino a convertirnos en un mal remedo de Cuba.
@pedrojsuarez
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