domingo, 31 de diciembre de 2017


2018

Se habla de afanes, y se confunde con miseria, se habla de amor, y se confunde con lastima, se habla de alegría para esconder tristezas; algunos gritan para no escucharse, hay quien regala para darse a sí mismos, hay quien levanta la mirada para esconderse del ombligo, hay quien se mira el ombligo para interrogar el alma; van los que piensan que lo tienen todo, vienen los que piensan que no tienen nada. Somos aquéllos que una vez decidieron caminar erguidos, somos estos que decimos adiós a un año y recibimos otro mientras el pequeñísimo artefacto cósmico que nos lleva de pasajeros completa una vuelta sobre la lámpara de luz que nos alumbra. Ese mismo artefacto fue fotografiado por la sonda espacial Voyager I, allá por el mes de febrero del año 1990, cuando se encontraba a 6.000, millones de kilómetros de la Tierra, un poco más allá de la órbita de Neptuno. La imagen que nos mostró luego la NASA es la de un minúsculo grano de arena en el espacio, y fue sobre esa imagen que el investigador y científico norteamericano Carl Sagan (1934-1996) escribió un texto al que se debe volver de vez en cuando para no perder lo que él describió como ¨una experiencia de ¨humildad¨. 
Llega el 2018, la gente se abraza y ensaya palabras de amistad y amor, comparte y celebra, es casi un respiro de armonía, del que me aprovecho para invitarlos a leer el texto de Sagan, es bueno mirar la línea de la carretera, es bueno saber hacia donde vamos, de donde venimos.
PS



“Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. Ahí ha vivido todo aquel de quien hayas oído hablar alguna vez, todos los seres humanos que han existido. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cada cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada niño esperanzado, cada madre y cada padre, cada inventor y explorador, cada maestro moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y cada pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí: en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol. La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de un lugar del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra parte del punto. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestros posicionamientos, nuestra supuesta importancia, el espejismo de que ocupamos una posición privilegiada en el universo … Todo eso lo pone en cuestión ese punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano de polvo en la gran penumbra cósmica que todo lo envuelve. En nuestra oscuridad —en toda esa inmensidad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. Dependemos sólo de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y yo añadiría que también forja el carácter. En mi opinión, no hay mejor demostración de la locura que es la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, recalca la responsabilidad que tenemos de tratarnos los unos a los otros con más amabilidad y compasión, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido”.

Carl Sagan

martes, 19 de diciembre de 2017

largarse 

La historia de la humanidad está escrita en letras que narran las peripecias de un viaje, de múltiples viajes que trascienden lo material y alcanzan estadios del espíritu que nos permiten trascender a lo que somos en el bostezo de lo singular, viajes hacia barrancos de la moral, al asombro, lo fantástico. Salimos de Africa, ya erguidos, al encuentro de climas más benignos; así, nos enteramos de un pueblo que abandona la esclavitud, y debe cumplir un viaje, como requisito; la Odisea, que es un regreso, de alguien que se fue. La tierra dejó de ser plana, por alguien que orientó sus pasos a un lugar del que no se supo noticias de él; todos, en algún momento de nuestras vidas, tenemos que ir o irnos, es un destino a no dudarlo. Intelectualmente estoy consciente de ese destino, debo a las historias de viajes algunos de los momentos más gratos de mi vida, pero no pensé jamás verlo desde un andén desde el que se ofende mi tranquilidad. A mí que me voy a cada rato, que vivo un exilio interno, que me encanta jugar cuando me preguntan que dónde estaba y respondo sin ningún pudor: Me mudé a Estambul, estoy escribiendo una novela y vivo allá desde hace dos años. Y remato: En Verdad vivo entre Madrid y Estambul. La gente se maravilla, y hasta se alegra. Yo no me inmuto, ni me importa que sepan que les miento. Lo disfruto. Pero esto de ver un país que se descose como un pantalón viejo me hiere. Detesto esas historias, pero me persiguen. No pasa un día en el que alguien no me cuente historias sobre una despedida. Son abruptas esas historias, por demoledoras. Llegan sin pedir permiso, como el final de este texto. La trampa es la de un país que decide largarse, y nadie sabe para qué. 

lunes, 10 de julio de 2017

Para mí, poemas sin hielo



Pidió agua y de la cartera -uno de esos bolsos de mano que, una vez más, se han puesto de moda- sacó dos pastillas, ambas redondas como un botón de camisa y blancas como la harina de trigo; las dos, potentes analgésicos con los que pretendía domesticar un supuesto dolor de cabeza. Me explicó, casi a manera de excusa, buscando quizá aprobación a la ingesta, que había dormido mal la noche anterior, que se había tomado unos tragos y que en la mañana había corrido diez kilómetros en el malecón. Hasta aquí, una historia cualquiera. Un método, la señal de una probable adición. El caso es que yo también había dormido mal la noche anterior. Es verdad que no había tomado tragos, ni de lejos me había sometido a la extraña y moderna costumbre de correr hasta la extenuación. Recuerdo sí, que, mediada la tarde una imagen asociada a una trágica noticia se apropió de mi cerebro. La imagen se fue diluyendo con el café que compartía con mi amigo. Podría asegurar que abandonó mi cuerpo como uno de esos grillos que se alejan a grandes saltos de tu vista y se llevan consigo el martirio de su ruido. Me quedó fue la interrogante de que a qué tipo de analgésico debía acudir para vencer el abatimiento al que no sin cierta frecuencia me veía sometido. Y pensé que nada me sacaba tan limpiamente de mis fatigas, que por comodidad llamaré saudade, que el acto de aproximarme a los predios de la poesía. Corrijo, me hace bien, detener la mirada en una pintura, en un trazo de esa pintura; tanto como la música, cualquier música y músico; igual puedo decir de una escultura, de un poema, un verso, una fotografía, del arte. Sí, del arte. Es un acto reflejo, no me falla. Trato de decir que hay muchas maneras de curarse. Me espanta pensar que en la mía pueda encontrarse un asomo de superioridad moral, peor aún, de cursilería. Me asusta y repele esa idea, tanto que de solo pensar en esa posibilidad un intenso dolor de cabeza se apodera de mí. Y cuando ese tipo de dolor me ataca, nada me alivia más que un buen analgésico, una de esas pastillas que toma mi amigo para vencer la cefalea. 

jueves, 29 de junio de 2017


Marte retrógrado

El planeta Marte
su piel, las sinuosas venas de su superficie 
eso que desde aquí es una bruma borgoña
debe su color rojo a que de pequeño 
se alimentaba de tormentas y camarones. 

lunes, 19 de junio de 2017

Virgen antes de piedra



El frío va a ras del suelo
es una culebra de musgo
y en sus venas corren aguas cristalinas
que no dejan de cantar.

Confiada, desliza sus hilos
que cuajan diamantes en la punta del follaje
mientras reduce su destino de sierra.
Tímida pero lleva de colmillos al cielo de la sabana
y se esconde en los ojos del pájaro campana.


Quién podrá adivinar
que después de esta caverna
una lengua de verdes dormirá la angustia de huir
en un bosque en el que crece una joroba de camello.

Este es el camino que haré más de dos veces
me secuestra el salto y la voz pemona
la sensación de navegar por un tobogán de estrellas
la manía de dormir los grillos del corazón.

Espero encontrar el tigre en el rojo del jaspe
abriré un hueco en la tierra, no más de diez centímetros
para amarrar mis dedos al cuarzo

y allí, cambiaré estiércol por perlas.

Libro de la sabana

 introito


En alguna parte, el poeta Fernando Pessoa sentenció que “navegar no es preciso, es preciso navegar". Estos versos que pudieran servir para cruzar las arenas del Sahara acuden a mí cada vez que apunto hacia ese espacio mágico y antiguo que es la Gran Sabana, al sur del estado Bolívar. Los textos que acompañan estas páginas no pretenden ser los un ‘libro motivó’ si no que exploran la cantidad de oxígeno que alimenta mi alma cada vez que mis ojos se adaptan a un espacio que se disminuye si sólo lo vemos como un "milagro de la naturaleza". Poemas que salieron de a uno, quizá en una noche completa, no lo puedo precisar, lo que sí puedo afirmar es que llevo más de un millón de años escribiéndolos.

(adelanto)

miércoles, 1 de febrero de 2017

A la manera de Cioran


La historia del hombre es deprimente, destaca por la bala que dispara a la espalda de un enemigo invisible que puede dibujar su propio rostro en la pólvora; en su angustia de ser, si acaso lo salva el arte y uno que otro gesto, de esos mínimos, "insignificantes" como acariciar un gato o buscar el por qué y el cómo de un vino debajo de la lengua.

sábado, 14 de enero de 2017

Toque antes de entrar

(Suponga usted que escribe un libro del que sabe o sospecha que nunca será publicado. Suponga usted que, trajinado por un desorden inabarcable, vuelve a ese libro cada cierto tiempo. Suponga que teoriza sobre el acto de escribir, que confunde pereza con resignación. Suponga que tiene la necesidad de dar a conocer algo que estima propio e intimo, pero del que se ha prometido silencio. De esto va este texto. Un avance hacia la nada.)

En un ejercicio de extrema pereza me asomé a ese circulo del infierno que es Google (Ya sabemos las consecuencias que tiene cruzar los predios de la ciencia, así, Adán y Eva, se asomaron al territorio del conocimiento y fueron expulsados del paraíso), y escribí su  nombre como el aprieta los dientes antes de lanzarse a un abismo: Thomas Pynchon. 
De las cientos de páginas que hablan de Pynchon, me quedé con la tercera opción. La abrí y copié textualmente: ”nació en Nueva York en 1937, y de él apenas se sabe que estudió ingeniería y literatura en la Universidad de Cornell, que redactó folletos técnicos para la compañía Boeing, que envió a un cómico a recoger el National Book Award, y que vive en Nueva York.”
Pynchon es una celebridad y un enigma a la vez, tanto que se duda hasta de su propia existencia. Confieso que no lo he leído, que sé muy poco de su obra pero que me atrae la niebla que arropa cada uno de sus pasos. Me atrae la distancia que media entre él y las luces, me gusta saber que prefiere caminar recostado a las sombras, que se lo confunde con un borracho de barrio o con un maestro de escuela. Cada vez que vuelvo a la página de Toque antes de entrar, pienso en Pynchom, y en las diversas atmósferas donde se puede desenvolver un escritor.

Los textos de Toque antes de entrar son el resultado de una constante reescritura que  me consuelan y divierten, según se vea, de mi casi nula participación en los círculos literarios del país. Después de mi pasantía por el proyecto Predios, y salvo las columnas que publico en periódicos de la región y en algunos portales web del país, casi no se me ve en eventos literarios. Disfruto la certeza de saber que el ¨modo Pynchon¨ es un sendero que conduce a ninguna parte. Es negación y reafirmación de una vocación que no aspira otra medalla que su propia existencia. Yo la padezco sin estridencias, la cuelgo como una confesión en estas paredes por si algún día este Toque antes de entrar llega a ver la luz del día. No lo sé, quizá algún día.

 La maldita guerra El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Jaime Sabines Mientras las bombas caen, si se ag...