Espera con mambo
Se habían plantado en ese punto como un árbol. Una luz cenital les bañaba el rostro y la sombra que reflejaba el piso era gris. Parecían eternas, hieráticas, frías como el mármol. Ya antes las había visto en el mismo lugar, pero las voces de la gente, el color de los vestidos, y el ruido de los pasos las confundían con el paisaje de la rotonda. Imagino que continuaban en el mismo sitio porque estaban acostumbrabas a verlo llegar por las escaleras mecánicas. En ocasiones aparecía a través del ascensor que quedaba al lado de las escaleras, y al abrir las puertas se lo encontrarían de frente. Para hacer menos larga la espera hicieron una apuesta. No importaba el premio, era una manera de apagar la angustia de no verlo llegar. En otras ocasiones se les había hecho de noche, tres o una semana entre una y otra visita, así que la apuesta aliviaba. Lo que no podían presagiar era la aparición del virus que le daría otras agujas a un reloj que no podían interpretar, ¿por siempre?
Foto 2 Lionel Arteaga
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