Este es el punto
Por Pedro Suárez
Los gringos sienten fascinación por las historias de crímenes horrendos y por las ventosidades. A la primera de estas costumbres debemos la célebre novela A sangre fría, de Truman Capote; y a la segunda, momentos regalados a la risa en películas, series de televisión, entrevistas, vídeos urbanos y caseros. Se podría decir que el culto al crepitus ventris que profesan los paisanos de Barat Obama compite en devoción con los versos, de los más graciosos escritos en lengua española, que el atrevido Francisco de Quevedo le dedicó a los descuidos del inquilino que habita en los derredores donde la espalda pierde su nombre y que en el título se explica airadamente: Poema al pedo.
Es fama que los gringos rinden culto, también, a la verdad. Cuando vas a sacar la visa lo primero que te dicen es: no vayas a mentir, di siempre la verdad que ellos lo saben todo. La primera ministra de Alemania olvidó esto último, que lo saben todo, y se le fue la lengua en el uso de su teléfono. Pero eso es otro asunto. A los gringos les encanta una guerra, tanto como aman las grasas y la comida rápida. Tal es la cantidad de grasas que consumen que su ingesta se ha convertido en un problema de salud pública, de suerte que un grupo de médicos de la Asociación Estadounidense del Corazón dictaminó que los ácidos grasos afectan el cerebro, concretamente la zona que gerencia la memoria, se traga los recuerdos quieren decir. A propósito, tengo más de 10 minutos preguntándome de qué va este articulo. No me acuerdo. Anoche cené en McDonald´s, lamenté mucho la falta de las papas fritas.
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