El plato es de lentejas
Por Pedro Suárez
Mis deudas, con los Bancos y los escritores que he leído desde niño. Al Banco le quedo bien todo el tiempo, cada año aumentan mi límite de crédito, a los autores, no tanto. Puede pasar que a la tercera página de la lectura de un libro lo estacione en el andén de no te toco más, ni para regalarlo. Esa suerte de purgatorio bibliográfico está poblado por termitas y una densa telaraña de olvido. Muy bien que así sea, aunque reconozco que toda valoración esconde una injusticia.
Aplaudo al Jorge Luis Borges que condenó el “Desvarío laborioso y empobrecedor de componer bastos libros", celebro muchísimo más el que nos haya aclarado que no era capricho el suyo si no que podía sostener lo que decía de manera inobjetable: es del todo inútil “explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos". Esa deuda la reconozco. De parecida proporción es la obligación que mantengo con Lichtenberg y sus aforismos; mucho le debo a Cioran, casi tanto como a Nietzsche o a los imponentes versos de poeta Abraham Salloum Bitar. Vengo pues de esos pasivos y los opongo a la bostezada rutina de negar cualquier asomo de escritura que rompa la tradición.
Del twitter se dice tanto o mucho más que de la viuda que decide rehacer su vida. Recuerdo que algunos intelectuales, apenas prendía la fiebre por esta red social, se encargaban de aclarar que ellos “no tenían cuenta en twitter", otros han levantado verdaderos estudios epistemológicos para recusar su efecto sobre el conocimiento y la literatura. La descripción de la blasfemia intelectual de estos “conductores del pensamiento crítico" me hace recordar la anécdota, no sé si cierta, que narra Mario Vargas Llosa sobre una peculiar protesta; escribió el Nobel peruano que el gremio de zapateros remendones del Perú promovió una huelga por la proliferación de los automóviles. Alegaban los trabajadores del cuero y la ganzúa que como la gente prefería ir en taxi que caminar, ya nadie mandaría a reparar los zapatos por falta de uso. Por esto de oponerse a lo nuevo la Inquisición llevó a la hoguera a un hombre que se atrevió con aquello de que la tierra era redonda, hablo de Giordano Bruno, que no de Galileo que pasó agachado porque, al igual que uno de nuestros políticos, era de la idea de que pescuezo no retoña.
Concluyo que el ejercicio de la escritura y los méritos que deriva la obra escrita no soporta como inventario su extensión en palabras. Tal vez por eso me agota escuchar dizque libre pensadores hacer de Torquemadas de cuanta “desviación" anotan en sus libros de pecados urbanos, y me quedó con la tesis del ucraniano Leonid Sukhorukov quien advierte que “Un aforismo es una novela de una sola línea”.
@pedrojsuarez
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